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¿Qué haces aquí Elías?

¿Qué haces aquí Elías?

1° de Reyes capítulo 19

1. Acab dio a Jezabel la nueva de todo lo que Elías había hecho, y de cómo había matado a espada a todos los profetas.
2. Entonces envió Jezabel a Elías un mensajero, diciendo: Así me hagan los dioses, y aun me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos
3. Viendo, pues, el peligro, se levantó y se fue para salvar su vida, y vino a Beerseba, que está en Judá, y dejó allí a su criado.
4. Y él se fue por el desierto un día de camino, y vino y se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres.
5. Y echándose debajo del enebro, se quedó dormido; y he aquí luego un ángel le toco, y le dijo: levántate, come.
6. Entonces el miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas, y una vasija de agua; y comió y bebió, y volvió a dormirse.
7. Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, lo tocó, diciendo: levántate y come, porque largo camino te resta.
8. Se levantó, pues, y comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios.
9. Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías?
10. El respondió: he sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y solo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.
11. Él le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto.
12. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado
13. Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?
14. El respondió: he sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y solo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.
15. Y le dijo Jehová: Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco; y llegarás, y ungirás a Hazael por rey de Siria.
16. A Jehú hijo de Nimsi ungirás por rey sobre Israel; y a Eliseo hijo de Safat, de Abel-mehola, ungirás para que sea profeta en tu lugar.
17. Y el que se escapare de la espada de Hazael, Jehú lo matará; y el que escapare de la espada de Jehú, Eliseo lo matará.
18. Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no le besaron.

Este es un pasaje que nos revela y nos muestra la humanidad de Elías, quien había sido grandemente usado por Dios. Si damos vuelta la página está el relato donde Elías convoca a los hijos de Israel y reunió a los profetas de Baal. Allí sabemos lo que ocurrió. Como Dios se manifestó consumiendo por fuego el altar, la leña, los bueyes, todo lo que había colocado, y además que le dio la victoria sobre los falsos profetas. Dice el versículo 40 del capítulo 18 que Elías le dijo: prended a los profetas de Baal para que no escape ninguno y ellos los prendieron y los llevó Elías al arroyo de Sisón y allí los degolló. Los mató. No fue nada sencilla la cosa, pero Dios había confirmado que Él era Dios sobre todos los dioses y había mostrado de esta manera que Él era poderoso para destruir toda obra que pudiera levantarse en Su contra y Elías era el profeta a quien Dios había utilizado en este sentido.
Parece que en el cap. 19 vemos a un Elías cuya actitud no coincide con la actitud del Elías del capítulo anterior.
El rey Acab dio a Jezabel, su esposa, la noticia de todo lo que Elías había hecho y de cómo había matado a espada a todos los profetas de Baal. Sabemos que Jezabel era una persona muy mala y envió a Elías un mensajero diciéndole: “Así me hagan los dioses y aun me añadan si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos”. Lo amenazó diciéndole que lo iba a matar.
El profeta había enfrentado a estos profetas con valentía y fortaleza de parte de Dios, sin ningún temor. Pero ahora esta mujer lo amenaza y vemos que Elías se asusta, teme, pierde la compostura. Dice el versículo 3 “que viendo pues el peligro, Elías, se levantó y se fue para salvar su vida. Y vino a Beerseba que está en Judá, y dejo allí a su criado”. Es decir, comenzó a escapar, a huir.
¡Que terrible! Nos parece estar viendo algo que no tiene sentido. Había enfrentado valerosamente a todos esos profetas de Baal y sin embargo ahora una mujer lo amenaza y él teme, ve en peligro su vida y empieza a huir de ella, a huir del peligro. Dice que se fue por el desierto a un día de camino y vino y sentó debajo de un enebro. Fíjense a que punto había llegado Elías: no solamente tuvo temor, se fue, huyó, sino además en la situación en la cual estaba: ¡se sentó debajo del enebro deseando morirse! Dijo: basta ya oh Jehová. Quítame la vida pues no soy yo mejor que mis padres. ¡Deseaba morirse! Una actitud que no concuerda con el Elías que nosotros conocíamos hasta el capítulo anterior. Alguien que usado por el Señor pudo enfrentar semejante situación, sin embargo, ahora estaba atemorizado y al punto de querer que el Señor le quite la vida.
A veces pensamos en esto y parece que esto no fuera posible. ¡Pero es posible! Si lo relacionamos con nuestra propia vida notamos que muchas veces nos pasan cosas similares. Después de vivir y experimentar alguna bendición, alguna victoria en nuestra vida cristiana y que hemos triunfado sobre el enemigo, luego enfrentamos otra situación que tal vez es mucho menor en comparación y allí mostramos debilidad. No nos animamos a luchar y llegamos al mismo punto que llegó Elías. El deseaba morirse, no quería saber más nada. Podemos pensar ¿qué le habrá ocurrido, que lo llevó a esto? No es entendible si uno lo piensa fríamente no tiene lógica la actitud de Elías Como muchas veces no tienen lógica nuestras actitudes. Nos enfrentamos a situaciones difíciles y duras y las vencemos y otras veces frente a otras cosas que no revisten el mismo carácter de gravedad, nos sentimos impotentes y hasta sin deseos de seguir viviendo, como Elías. ¡No quiero vivir más! ¡No doy más! Esto es una realidad ¿no le ha pasado alguna vez?
Quien sabe que cosas, interiormente, estaban afectando a Elías. También hay cosas que nos afectan a nosotros y que nosotros mismos no las podemos comprender. Quizás Elías podía haberse detenido a pensar: ¿Qué estoy haciendo? ¿Cómo voy a huir si el Señor no me dejo avergonzar y contestó mi oración frente a los cuatrocientos cincuenta profetas y pude ver el poder de Dios manifestado de tal manera, descendiendo fuego del cielo? ¿Qué es lo que pasa? Dice la biblia que, echándose debajo del enebro, se quedó dormido.
Esa gran angustia que tenía en su corazón lo llevó a entregarse vencido y dejar que sucediera lo que presentía. Así se quedó dormido.
Seguramente se sentía solo, estaba solo en ese lugar, y aunque hizo una oración, hasta quizás pensó que Dios no estaba con él, se quedó dormido. Pero sucede algo: Un ángel de Dios, lo tocó. Y le dijo: ¡levántate!! ¡Come! Entonces él miró, y he aquí a su cabecera una torta cocida sobre las ascuas y una vasija de agua. Seguramente él estaba en un lugar desértico, donde no había nada. El ángel lo despierta y él ve allí comida y agua. Él tuvo que entender que eso no llegó allí solo. Tuvo que entender que esa provisión fue la provisión de Dios. Pero sigue asombrándonos la actitud de Elías. Porque dice que el comió y bebió y volvió a dormirse. No cambio mucho la situación. Seguía con esa misma pesadez interior.
Pero volviendo el Ángel de Jehová la segunda vez, lo tocó y le dijo: Levántate y come porque largo camino te resta. Es decir que a pesar de la oración que él hizo: que le quitara la vida, que no quería seguir adelante, que no quería saber nada más, el Señor a través del ángel llega nuevamente, lo toca y le dice: largo camino te espera porque tenés que seguir haciendo lo que te he encomendado. ¡Pero Señor ya no tengo más fuerzas, ni poder, ni unción, ya no tengo nada!. Estaba vacío. ¿Ud. nunca se sintió vacío, totalmente vacío?
El ángel en esa circunstancia no le dijo: ¡Pobre Elías! ¿Qué te pasa? ¡No!. Le dijo: ¡Levántate, come, porque largo camino te espera! ¡Pero Señor yo me quiero morir, hasta aquí llegué ya no quiero saber más nada, estoy totalmente destruido, derribado, no sirvo más para nada. Soy peor que cualquiera. ¡Levántate, porque largo camino te espera!
Ante esta orden se levantó, comió y bebió, no tenía escapatoria, tenía que obedecer. Me imagino que no se sentiría muy bien. No es que en ese momento le vino toda la unción, el gozo, la alegría de golpe y dijo: si me voy a levantar. Se habrá levantado quien sabe cómo, pero fortalecido con esa comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios.
El texto no da muchos detalles, pero parece que la situación no había cambiado mucho. Había comido y bebido, se fortaleció físicamente, pero después de haber caminado hasta el monte Horeb ¿Qué hizo cuando llegó? Se metió en una cueva donde pasó la noche. Como queriendo decir hasta acá llegué. ¿Ud. cree que estaba muy diferente Elías? No, no creo. Ahí Dios le hablo: dice que vino a él la Palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías?
Una sencilla pregunta. ¿Nunca se lo preguntó Dios a Ud.? ¿Qué estás haciendo acá?
Elías respondió queriendo mostrar el motivo por el cual él estaba en esa situación. No fue muy distinto a lo que dijeron otros profetas. Es muy parecido a lo que algunos otros profetas habían respondido en otros contextos. Dijo Elías: he sentido un vivo celo, ardor, cuidado, diligencia por Jehová, Dios de los ejércitos. O sea, él había querido como defender el nombre de Dios. Porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas. Y solo yo he quedado y me buscan para quitarme la vida.
Elías le pone como respuesta al Señor la condición del pueblo de Israel. Le dice cuál es la condición del pueblo. ¿Dios no conocía la condición del pueblo? ¿Acaso le está diciendo Elías algo nuevo a Dios? ¿Algo que Dios no conociera? No. Ahora Dios está tratando con su condición, no con la del pueblo de Israel.
Él está argumentando, algo tenía que decir. Tal vez sentía como que Dios no lo estaba apoyando, pero no lo podía decir. Como tal vez en algún momento se quejó Habacuc, o Jeremías. Ellos eran los profetas de Dios y sin embargo parece que Dios no estaba haciendo lo que tenía que hacer.
“Solo yo he quedado y me buscan para quitarme la vida”. Él había visto la mano poderosa de Dios, había sido testigo del poder de Dios, Él se había manifestado de una manera gloriosa en su vida y ahora Elías se encuentra en esta situación: reclamándole a Dios, como diciéndole, yo he hablado tus palabras y ahora he quedado solo. A los demás los han matado a todos, derribaron los altares, mataron a espada a los profetas y solo yo he quedado. Y a mí también me van a matar. Parece tener una buena razón. Pero Dios no escuchaba las palabras de Elías, porque le dijo: Sal fuera y ponte en el monte delante de Jehová. ¡Salí afuera de la cueva!
¿Cuántas veces se metió Ud. en la cueva? ¿Alguna vez se metió en la cueva? Y el Señor lo tuvo que hacer salir: ¡Salí de la cueva!
El meterse en la cueva es escondernos de tal manera que no queremos hacer nada. ¡Yo no! Quedamos golpeados a tal punto que no tenemos más ganas de hacer nada. Y le exponemos al Señor nuestras quejas. “Mire Señor, yo hice todo bien, todo lo que pude, pero…
El Señor le dice a Elías que salga de la cueva y que se ponga en el monte delante de Jehová. Tenía que salir de ese lugar donde se había escondido. Y metido en ese lugar, estaría esperando quien sabe qué cosa. Ya le había pedido a Dios que le quitara la vida. Pero el Señor lo vuelve a mover y le dice: sal de la cueva y párate en el monte delante de Jehová. Cuando el comenzó a salir de la cueva, Jehová pasaba por ese lugar, esto muestra la presencia de Dios. Si bien Elías hasta ese momento había sentido que estaba solo, ahora sentía que la presencia de Dios pasaba por ese lugar.
Y ocurrieron varias cosas que fueron muy poderosas:
Un grande y poderoso viento que rompía los montes. ¿Puede imaginar que viento tiene que ser? Una manifestación que infunde temor, despedaza los montes, una fuerza incontrolable que nadie puede dominar. ¡Rompía los montes y quebraba las peñas!
Pero…Jehová no estaba en el viento. La presencia de Dios no estaba en esa fuerza poderosa.
Tras el viento, un terremoto. No sé si alguna vez estuvo, aunque sea en un pequeño temblor: ¡es bastante feo! ¡Pero acá habla de un terremoto! ¡Algo que también es incontrolable, uno no puede hacer nada!!! Es una fuerza tan poderosa y uno es inútil frente a esto. Pero dice que Jehová no estaba en esa fuerza poderosa que movía los montes.
Tras el terremoto, un fuego. Elías que había visto la presencia de Dios como fuego descendiendo, muy poquito antes, consumiendo todo el holocausto y mostrando toda la potencia y la grandeza de Dios, como el único Dios. Pero en este fuego dice que no estaba la presencia de Dios.
Pero a continuación, tras el fuego… ¡un silbo apacible y delicado!
A veces pensamos que el poder de Dios se tiene que manifestar rompiendo todo. Pero qué bueno que podamos saber que, si bien Dios puede manifestarse de formas tan poderosas, muchas veces lo encontramos a Dios en el interior de nuestro corazón, en la experiencia de un quebranto, donde podemos sentir ese silbo delicado y apacible. Que puede traer descanso y sosiego a nuestras inquietas almas. ¡Qué importante es esto!
Ahora en ninguna de aquellas manifestaciones portentosas estaba la presencia de Dios, pero sí en ese silbo apacible y delicado. Cuando Elías oyó esto, dice que sintió que el Señor estaba.
Muchas veces pensamos que Dios está cuando todo tiembla, y no me caben dudas que pasa eso, como pasó el día de Pentecostés que sopló como un viento recio y se sintió como un gran estruendo, el cual llenó toda la casa. Aún se dio lo del fuego porque dice que sobre cada uno de los que estaban presentes se asentaron lenguas o flamas ardiendo. ¡Manifestaciones poderosas!
Pero también Dios se manifiesta de maneras diferentes, como en un silbo apacible y delicado. Allí fue cuando Elías sintió que estaba la presencia de Dios.
Entonces cubrió su rostro con su manto y salió y se puso a la puerta de la cueva. Note que aún no había salido del todo de la cueva. Cuando paso todo lo anterior él estaba mirando desde adentro.
Cuando siente ese silbo delicado y apacible y siente que la presencia de Dios era real, sale. Se puso a la puerta. Salió de la cueva.
He aquí que vino a él una voz. ¿De quién sería esa voz? ¿Quién era el que estaba pasando? ¿De quién era la manifestación que Elías estaba percibiendo? ¡Era de Dios!
Dios le habla y ¿que le dice? Le hace la misma pregunta: ¿Qué haces aquí, Elías? Estaba en la misma situación. Pero ahora se pudo dar cuenta que Dios estaba con él, que le estaba hablando, pero le vuelve a responder de la misma manera. Los versículos parecen calcados. El versículo 10 con el 14 son exactamente iguales. Parece que la respuesta se la hubiese estudiado: “He sentido un vivo celo por Jehová, Dios de los Ejércitos. Porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, derribado tus altares y han matado a espada a tus profetas y solo yo he quedado y me buscan para quitarme la vida”. No le responde a Dios la pregunta. Entonces Él le dijo: “Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco y llegarás y ungirás a Hazael, por rey de Siria. A Jehú hijo de Nimsi ungirás por rey sobre Israel, y a Eliseo hijo de Safat, de Abel- mehola, ungirás para que sea profeta en tu lugar”.
¿Ese era el trabajo del profeta? ¡Sí! Eso hacían los profetas. ¿Él era un profeta de Dios? ¡Sí!. Estaba pasando un momento muy crítico, una lucha interior muy dura, pero a pesar de ello el Señor lo envía a cumplir su misión. ¡Tenía que terminar su ministerio!
Muchos de los profetas pensaron, en algún momento, en dejar todo. Jeremías dijo: “No me acordaré más de él, ni hablaré más en su nombre; (Había tomado una decisión) no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude”. Tampoco sintió él que Dios movió un gran poder. Fue algo profundo, era el fuego de Dios en el interior de su corazón.
Aquí Elías toma conciencia de que tenía que terminar su ministerio y debía cumplir la obra que el Señor le había encomendado. Tal vez se sentiría mal consigo mismo. Como muchas veces, nosotros, cuando Dios usa nuestras vidas y muestra que está con nosotros, y de repente aparece una adversidad, o alguna lucha interior, nos metemos en la cueva y nos acobardamos. ¡Qué mal nos sentimos con nosotros mismos! ¿No es así?
Tenía que ungir a dos reyes y después a Eliseo quien sería profeta en su lugar. Dios ya tenía todo preparado y dispuesto en su debido tiempo.
Además Dios le dice: “Y yo haré que queden en Israel siete mil cuyas rodillas no se doblaron ante Baal y cuyas bocas no lo besaron”. En otras palabras: ¡no sos el único! Algunas veces pensamos que somos el centro del universo y que todo gira alrededor nuestro. Pero el centro de todo es Dios y todo gira en derredor de Él. ¡Él es el centro de todas las cosas, no nosotros! Ocupamos un pequeño lugar y un corto tiempo en el gran plan de Dios.
En ese breve transcurso pasan muchas cosas. La Biblia no habla solamente de las cosas buenas, no dice que todas las personas a las que llamó fueron perfectas y que desde el día que los llamó hasta que terminaron su ministerio no tuvieron ningún problema. No. Muestra las también las debilidades, flaquezas, errores y faltas que cometieron.
Dios siempre cumple su propósito. Elías tenía tanto miedo de morir, que lo mataran, que lo hiciera matar Jezabel la mujer del rey Acab y Dios tenía dispuesto su partida: “Y aconteció que yendo ellos y hablando, he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino”. ¡Gloria sea al nombre de Cristo! ¡Alabado sea el nombre del Señor!
¿Dónde quedan las quejas, los temores, las excusas? Podemos reflexionar y ver cuán inescrutables son los propósitos de Dios y darnos cuenta que nosotros con nuestros pensamientos, con nuestras actitudes podemos quedar afuera de todo lo que Dios tiene por hacer. Si él se hubiera encaprichado y no hubiera obedecido a la palabra del Señor se hubiera perdido esta grandiosa bendición. No muchos tuvieron el privilegio de ser levantados, solo dos hombres menciona la Biblia que fueron transpuestos. Uno fue Enoc, el séptimo desde Adán. Dios lo transpuso y no vio muerte. El otro fue Elías.
¿Vale la pena esperar en los propósitos de Dios? ¿Obedecer al Señor? Tenemos que entender que Dios puede obrar con poder. La presencia de Dios nunca está fuera de nuestra vida. Él siempre está dispuesto a ayudarnos. Elías estaba solo en esta lucha, ¿o no? No hay nadie alrededor, ni Jezabel, ni los que lo buscaban, nadie. Él estaba luchando consigo mismo. ¡Que el Señor nos ayude!
Tenemos que reconocer, a pesar de todo, que Elías algo hizo bien. Es el hecho de que cuando recibió la orden de levantarse y seguir, aunque no tenía ganas de levantarse, ni de seguir adelante y quería morirse o que Dios le quitara la vida, sin embargo se levantó y obedeció, y el Señor coronó de bendiciones a esa actitud. La Biblia dice que Elías era un hombre semejante a nosotros, como uno de nosotros, y Dios lo fortaleció para seguir caminando y lo llenó de su gracia y del poder de su Espíritu para ungir a dos reyes y a un profeta, nada menos. Lo guió hasta el final, un glorioso final, porque dice el texto: “he aquí un carro de fuego con caballos de fuego apartó a los dos; y Elías subió al cielo en un torbellino”.
¿De quién es la obra? De Dios. Somos nosotros instrumentos en las manos de Él, con nuestras fallas, debilidades, como las fallas que tenían aquellos hombres de Dios. Que el Señor nos ayude para que podamos responder siempre al llamado de Dios y estar siempre dispuestos a seguir adelante, sabiendo que la obra será del Señor. Lo que nos va a mover es el poder del Espíritu Santo que el Señor pone sobre nuestra vida.