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Mantengamos el fuego encendido

Mantengamos el fuego encendido

Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo; trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también. Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio, del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles. 2Timoteo 1:3-11

 

Timoteo, un hijo espiritual de Pablo

El apóstol Pablo le escribe esta segunda carta a Timoteo, y le da gracias a Dios por él. Timoteo había conocido al Señor, le había sido fiel, dice el apóstol: “trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti”, fe que había habitado primeramente en su abuela, también en su madre, y Pablo estaba seguro que esta misma fe estaba en él. Timoteo era un hombre que había conocido al Señor, había entregado su vida a Él a través del ministerio de Pablo, y había sido fiel. Se había mantenido firme en el camino del Señor, pero aquí el apóstol le da algunos consejos que tienen que ver con su vida espiritual.  Y creo que no solamente con la vida espiritual de Timoteo, sino también con la vida espiritual de todos nosotros: el consejo que Pablo le da es “que avive el fuego del don de Dios que está en él”, en Timoteo, que había recibido por la imposición de las manos del mismo Apóstol.

Cuando usa la palabra “avives”, en el original es la palabra “despiertes”. De alguna manera Pablo miraba a Timoteo y le decía que tenía que despertar lo que Dios le había dado. Se ve que había recibido la bendición, la gracia de Dios sobre su vida; sin embargo, aparentemente, Timoteo se había dormido un poco, espiritualmente hablando, estaba tal vez un poco débil, no podía hacer frente a las cosas que sucedían. Inclusive, tal vez hasta se había acobardado, se había avergonzado en algún momento, y todos estos eran síntomas de que Timoteo no estaba bien firme espiritualmente, que le faltaba realmente fortaleza de espíritu.

 

Timoteo debía despertar su fortaleza

Pero aquí el apóstol dice algo que llama la atención: que esta fortaleza estaba en Timoteo. No dice que tenía que pedir que el Señor le diera fortaleza, sino que la fortaleza de debía despertarse en él, que ya la había recibido pero estaba como oculta en su vida, como adormecida, y tenía que avivarse, que levantarse para que fuera un fiel testigo del poder de Dios, y que no se avergonzara, sino que llevara el mensaje de la Palabra del Señor y diera testimonio de Él.  ¡Qué importante es analizar esta palabra, para darnos cuenta que el avivamiento espiritual tiene que venir de adentro! El avivamiento espiritual no es un ruido que viene desde afuera, sino es un despertar que viene de adentro. La Palabra de Dios puede llegar desde afuera, como esta palabra que llegaba escrita en esta carta y podía sacudirlo un poco para que despertara. Evidentemente Timoteo se había adormecido e ignoraba que la bendición estaba dentro de él. Tal vez la Palabra de Dios llega hoy a su vida como un despertador, como le pasó a Timoteo, y llega para  que avivemos el fuego del don de Dios que está en nosotros.

Los que recién conocen al Señor, los que recién llegan al camino de Dios, necesitan recibir este fuego, el poder de Dios tiene que ser derramado en sus vidas. Pero los que ya han recibido al Señor y han gozado la experiencia de recibir el bautismo del Espíritu Santo, ya tienen esta bendición y deben vivir en ella.                                                                                        Pablo le dijo a Timoteo: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de temor, de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”. ¡Qué importante es esto! Como creyentes tenemos que usar el Espíritu que Dios nos dio. Se ve que Timoteo en lugar de usar el Espíritu que Dios le había dado, usaba el de él. Y el espíritu de Timoteo no era de poder, ni de amor, ni de dominio propio, ni de templanza, sino que era un espíritu de cobardía y de temor que lo frenaba frente a las circunstancias y no le permitía dar testimonio con libertad. Pero tenía que despertar a esa realidad, darse cuenta que lo que Dios le había puesto era poderoso, y que esta bendición, que estaba en él, tenía que comenzar a funcionar en su vida.

 

Timoteo era un joven pastor

Tenía la responsabilidad de predicar la Palabra y animar a otros, y era necesario que tuviera esta experiencia, que supiera de donde venía y en donde estaba y en qué consistía lo que había recibido se Dios. ¿Lo ha llamado el Señor a usted? ¿Le ha dado de su Espíritu Santo? ¿Sabe usted que este Espíritu es el que recibieron los hombres de Dios, patriarcas, profetas, reyes, apóstoles y hasta Jesús mismo recibió esta unción de lo alto?  Pero debe saber también que el hecho de haber recibido el Espíritu Santo no significa que lo estemos usando. Timoteo parece no estar usando este espíritu de poder, amor y dominio propio, sino un espíritu de cobardía y de temor que el Señor no le había dado.

 

Timoteo debía vivir en el Espíritu

Tal vez nosotros también debamos despertar y preguntarnos: ¿Cuál es el espíritu que Dios me dio? Observe que no hay distintos espíritus de Dios, hay solo uno. Es el que estuvo en Cristo, en Pablo, en Timoteo y que también fue derramado en nuestros corazones.  ¿Qué hacemos con Él? ¿Vivimos en el Espíritu? ¿Usamos esta unción de poder para vencer en el nombre de Jesús y no acobardarnos ni temer ante las circunstancias que nos rodean?       El fuego sí está, hay fuego en su corazón, pero si usted lo deja quieto, comienza a formarse una ceniza arriba que no permite que el fuego arda, hasta parece que estuviera apagado.

 

Timoteo debía quitar las cenizas

Entonces lo que el Señor quiere es que se quite esa ceniza que está sobre las brasas, para que pueda arder, ser avivado, el fuego del don de Dios en nuestra vida. Si tenemos esta bendición y no la usamos no nos sirve de nada. Si el creyente está lleno del poder de Dios, vive por fe, y si se presenta un problema, está resuelto a enfrentarlo, o si aparece una dolencia, la resiste en el nombre de Jesús, está siempre dispuesto a tomar la victoria. Pero cuando el fuego está apagado y sufrimos alguna dificultad o enfermedad o tribulación, empieza el “ay, ay, ay” y se pregunta ¿El Señor me abandonó? ¿Se olvidó de mí? ¿Qué está pasando? ¡El Señor quiere que despertemos, que avivemos el fuego!

A veces decimos que el creyente nuevo, el que recién comienza en el camino de Dios, parece que está mejor que el que lleva más tiempo, porque le sobra entusiasmo: si tiene una dolencia, no importa, en el nombre del Señor la arranca, se olvida del problema y sigue adelante. Y al de más tiempo esta situación lo aplasta. Es que el nuevo tiene el fuego recién prendido, está ardiendo; y al otro se le acumuló la ceniza de la rutina, la falta de compromiso, el desinterés, la indiferencia y tantos otros afanes que de a poco van apagando el fuego. Pero que hoy Dios mande ese viento recio y sople sobre las cenizas y empiece a arder nuevamente la llama de su Espíritu en su ser. ¡Aleluya! ¡Gloria a Dios!

¡Dios nos dio espíritu de poder, de amor y de dominio propio!